Decisiones financieras equivocadas, cuando el lujo del dinero es la libertad
El problema con las finanzas personales no es que no sepamos lo que se debe hacer, sino que a veces es imposible planear

El gran objetivo del retiro es poder disfrutar al máximo, sin preocupaciones financieras. Crédito: Javier Mota | Cortesía
Mi vida profesional arrancó el lunes 10 de enero de 1983 en las oficinas de United Press International (UPI) en la Ciudad de México y aclaro que “vida profesional” en esos días incluía tareas como cambiar los rollos de papel en las impresoras, ir al correo o buscar comida para los colegas de la redacción.
Apenas unos seis meses después, ya estaba cubriendo mi primer Mundial de Fútbol Categoría Sub 20. Trabajé cinco años en UPI y dos más en Agence France Press (AFP), donde tuve el cargo de Director Adjunto para México, Centroamérica y El Caribe a la tierna edad de 25 años.
Otro lunes, el 7 de agosto de 1989, fue mi primer día de trabajo en Estados Unidos y, sin darme cuenta, comencé un camino que, ahora que se acerca la edad del retiro, me tiene escribiendo estas líneas con la libertad —y el privilegio— de poder decir que podría dejar de trabajar hoy mismo… y no pasaría nada, excepto disfrutar.
No lo voy a hacer. No todavía. Pero saber que puedo, lo cambia todo. Lo reconozco, soy adicto al trabajo y de hecho nunca he faltado un solo día por enfermedad o cualquier otra razón en estos 42 años.
Cuando las finanzas personales no son tan personales
En este largo camino, me he encontrado con toda clase de consejos financieros. Algunos buenos, otros obvios, muchos imposibles de aplicar en la vida real. Y otros falsos, incluso estafas como las que ahora vemos a menudo en las redes sociales.
El problema con las finanzas personales no es que no sepamos lo que debemos hacer. Es que, muchas veces, la vida se interpone: un hijo enfermo, un divorcio caro, una pérdida de empleo o simplemente no haber tenido nunca un buen ingreso.
En mi caso, los factores que facilitaron llegar a este punto no tienen nada que ver con herencias, golpes de suerte o criptomonedas. Más bien, fueron decisiones que, desde afuera, podrían parecer errores… pero que resultaron ser, casi sin querer, grandes aciertos financieros.
Por ejemplo, llegué a Estados Unidos arrastrando una deuda de $5,000 dólares en tarjetas de crédito y aunque muchos me aconsejaron no pagarla “porque ya era de otro país”, logré saldarla en poco tiempo a pesar de que, como a todos los que llegamos, nos cuesta todo el doble para arrancar. Ese esfuerzo inicial me dio la pauta para aplicar la disciplina a mis finanzas a largo plazo.
No fui a la universidad
Por un sinfín de razones, incluyendo una crisis financiera en México mientras yo estudiaba en el Maur Hill Prep School de Atchinson, Kansas, no completé siquiera el High School.
No tengo un diploma universitario enmarcado en ninguna pared, aunque en 2001 completé una Maestría en Administración en la Universidad de Miami, que la verdad, no me sirvió de mucho porque para entonces mi carrera ya estaba más que encaminada en buena dirección.
Además, no me costó casi nada porque aproveché los incentivos que ofrecían en ese entonces, tanto en The Miami Herald Company como en Univision para cubrir los más de $50,000 dólares del costo.
Eso significa que nunca tuve que pagar préstamos estudiantiles. Mientras mis contemporáneos tardaron años en escalar posiciones arrastrando deudas de préstamos estudiantiles que tardarían décadas en pagar, yo ya estaba trabajando, ahorrando e invirtiendo.
En El Nuevo Herald hice de todo: editor de copia, reportero, jefe de redacción, crítico de restaurantes, reportero y eventualmente Director de Deportes.
En diciembre del 1999 pasé a Univision.com y a partir del 2011, cuando fui despedido por un ajuste de presupuestos – en otras palabras mis superiores decidieron que ganaba demasiado para lo que hacía -, me convertí en mi propio jefe, no había títulos académicos que respaldaran mi trayectoria, pero sí experiencia, disciplina y visión. Y eso, en el mundo real, vale más que cualquier diploma.
Sin deudas ni responsabilidades
No tuve hijos. Tampoco he tenido auto propio desde 2002, no tengo hobbies caros como el golf o la aeronáutica, nunca fui a Starbucks a tomarme cafés de $5 dólares camino a la oficina y hace más de 30 años que no tengo deuda de tarjetas de crédito.
No lo planeé como una estrategia de retiro, pero así salió. Compré mi casa en noviembre de 1998 y terminé de pagarla en 2020, ocho años antes de lo previsto por la típica hipoteca de 30 años.
El único auto que compré en los últimos 20 años lo pagué en efectivo: un BMW convertible rojo, típica crisis de mediana edad después de mi segundo divorcio.
Nunca fui fanático de las motos, los botes, los relojes suizos ni de acumular cosas innecesarias o hacer colecciones de cosas inútiles que solo llenan de polvo las repisas. Y esa aparente “austeridad” —que no fue ni planificada ni forzada— terminó siendo mi mejor inversión.
Debo aclarar que durante los últimos 25 años, mi trabajo como periodista especializado en la industria automotriz, he tenido el privilegio de viajar por todo el mundo, manejar los mejores autos, hospedarme en hoteles de 5 estrellas en 5 continentes, y degustar los platillos más deliciosos de chefs 5 estrellas Michelin y los mejores vinos (cuando tomaba).
Así que he disfrutado mucho más de lo que hubiera podido pagar por mis propios medios.
Tampoco tengo dependientes. Nadie a quien mantener, pagarle la universidad, o dejarle una herencia. A veces me preguntan si eso me hace sentir solo o es demasiado egoísta. Mi respuesta: ni una cosa ni la otra, me hace sentir libre.
Y mi última meta es morir en cero, lo cual no es tan fácil como suena. Hay que gastar, pero hay que saber hacerlo rendir. Mi contador está de acuerdo con mi plan, pero me advirtió que me falta un dato esencial para hacer los cálculos: la fecha de mi muerte.
¿Cuándo empieza realmente el retiro?
Según las nuevas reglas del Seguro Social que entraron en vigor en 2025, se puede empezar a recibir beneficios a partir de los 62 años, pero con reducción.
En mi caso, si empiezo en enero de 2026, recibiría solo el 70% del total. Pero si espero hasta los 67, recibiré el 100% y cada año que se espera aumenta el monto en aproximadamente 4%.
Sin embargo, la mejor noticia es que ahora se puede trabajar y recibir beneficios sin que eso afecte el monto total. Así que, incluso si uno sigue “activo”, ya no es un obstáculo para empezar a cobrar. El verdadero obstáculo para muchos es que simplemente no tienen de dónde.
¿El retiro ideal? Tener el lujo de elegir
Según Fidelity Investments, solo el 9% de los estadounidenses tiene más de $500,000 dólares ahorrados para la jubilación y apenas medio millón de personas tiene más de $1,000,000 dólares en su cuenta 401(k), como para aplicar la famosa “regla del 4%”: retirar solo $40,000 dólares por año y vivir cómodamente con ajustes por inflación.
Yo llegué a ese punto sin siquiera pensarlo mucho. Siguiendo el consejo de Pedro Sevcec, abrí mi 401(k) en 1989, puse el máximo (6%) para aprovechar el match del empleador (6% en esa época)… y me olvidé de ella. Nunca la toqué. Nunca la reduje. Nunca la usé de “colchón” ni para emergencias. Solo la dejé crecer. Y creció más allá del millón.
Desde 2011, cuando salí del “mundo corporativo” y empecé a trabajar por mi cuenta, no he vuelto a contribuir a esa cuenta. Pero tampoco la he necesitado. Vivo con lo que produzco, con gastos mínimos y salud impecable. Sin hipoteca, sin auto, sin deudas, sin compromisos.
¿Privilegio o estrategia?
Así que algunos dirán que todo esto suena privilegiado. Que no tener hijos, ni deudas, ni enfermedades, ni gastos inesperados es una excepción y no la regla. Y quizás tengan razón.
Pero la lección aquí no es que todos deben seguir este camino. Es que, si logras tener el lujo de elegir tus batallas financieras desde temprano —y mantener el rumbo aunque sea difícil—, llegará el momento en que podrás darte el lujo de tomar lo que parecen ser decisiones equivocadas, como el proyecto de mi Not So Tiny House en Chile, que es más una inversión personal que financiera… y que nada pase.
Podría dejar de trabajar hoy. Gastar un poco de más. Irme un mes a Japón. Comprar otro convertible rojo. Y aun así, estar tranquilo.
Eso, es el verdadero retiro: cuando el dinero deja de ser preocupación y se convierte en libertad.
Y sí, lo mejor quizás sea seguir trabajando varias años más. Por gusto, no por necesidad.