Pietà, la exitosa marca de ropa elaborada por prisioneros peruanos

El emprendimiento ha resultado exitoso y a pesar de las críticas, sus prendas son apreciadas en Australia, Estados Unidos y algunos países de Sudamérica

Pietà logo

Crédito: Impremedia

En el Establecimiento Penitenciario de San Pedro de Lurigancho, la cárcel de varones más grande de Perú, ubicada en Lima, la capital, el zumbido de las máquinas de coser se mezcla con los sonidos cotidianos de la prisión.

El ruido en el taller hace imposible que los internos se hablen sin gritar. Las ágiles manos de los hombres que alguna vez se ganaban la vida como carteristas y ladrones, ahora realizan otra tarea. Tres decenas de los más de 10,000 presos que alberga un penal que fue construido para alojar a 2,000 prisioneros, trabajan en el corte, la costura y la impresión de ropa para ganarse algunos pesos que envían a sus familias en el exterior.

Carlos Arcel, de 51 años, confecciona suéteres de lana de llama. Tiene un montón de tela negra junto a él y hace funcionar la máquina de coser a una velocidad inusual. Él puede ganar hasta $113 dólares por semana, que envía fuera de la cárcel para mantener a su hija Igen.

“El trabajo que hago para Thomas ha hecho que mi corazón sea feliz”, dice Carlos.

El Thomas del que habla es el francés Thomas Jacob, dueño y fundador de Pietà, una marca de ropa peruana.

Jacob, un ex empleado de la prestigiada firma francesa Chanel, se decidió a realizar su emprendimiento en 2012, tras una visita a la cárcel de San Pedro. Thomas, que vivía y trabajaba en Perú, visitó la prisión con un amigo que enseñaba francés a los presos.

“Algunos de los internos me dijeron que sabían coser, tejer e imprimir, pero que no tenían como utilizar ese conocimiento”, dice Jacob.

“Me di cuenta de que era posible hacer algo por estas personas, así que me decidí a fundar una marca de ropa que iba a ser diseñada, producida y distribuida desde la cárcel”.

Hoy en día la empresa cuenta con alrededor de 50 trabajadores en tres cárceles peruanas, dos de varones y una para mujeres, y fabrica alrededor de 1,000 prendas por semana. Aunque es una empresa sin fines de lucro, los prisioneros ganan una comisión por la venta de cada prenda que fabrican.

Los internos participantes no necesitan tener ninguna experiencia previa en la fabricación de ropa y los delitos por los que cumplen sus sentencias van desde pequeños robos hasta asesinatos.

Pietà tiene tres tiendas en Lima, pero la mayoría de la ropa que fabrica, que con la pandemia de coronavirus incluye máscaras cubrebocas, se vende a través de su sitio web. La mayoría de sus pedidos internacionales llegan desde Australia, Estados Unidos y otros países de América del Sur.

Las cárceles reciben un pago equivalente al salario mínimo peruano, pero Jacob dice que no mantiene su empresa en las cárceles para ahorrar dinero.

“La industria textil en Perú está bastante bien desarrollada y debido a que tenemos una producción bastante grande, podríamos reducir nuestros costos significativamente si nos mudamos fuera de la prisión”, dice. “Pero no quiero explotar a las personas y hacerlas sentir mal. Somos un proyecto social y no serviría de nada sacarlo de ahí”.

Trabajar para Pietà también ayuda a los presos a reducir sus penas, ya que les permite inscribirse en cursos académicos. Al estudiar, las autoridades reducen la condena de los presos.

“Mi condena es de cinco años, pero puedo salir más rápido si estudio durante al menos dos”, dice Daniel Rojas, de 25 años, que ha trabajando para Pietà durante algunos meses y además de mantener a su pequeña hija en el exterior, usa el dinero para estudiar diseño textil.

Otros ejemplos en Finlandia y Dinamarca

Perú no es el único país que permite a las empresas de moda trabajar con mano de obra de prisioneros. En Finlandia, una empresa llamada Papillon hace lo mismo que Pietà desde 2009.

“Además de proporcionar un trabajo razonable y proyectos de rehabilitación en las cárceles, nuestro objetivo es hacer que nuestros productos sean lo más sostenibles posible”, dice el director ejecutivo de Papillon, Teemu Ruotsalainen.

Otra marca que fabrica ropa tras las rejas es la danesa Carcel, que produce ropa en dos cárceles de mujeres, una en Tailandia y la otra en Perú.

Su fundadora, Veronica D’Souza, dice que se inspiró después de visitar una cárcel de mujeres en Kenia: “Los guardias de la prisión me dijeron que lo peor para las mujeres es no hacer nada. Causa depresión”.

Florian Irminger, director ejecutivo de Penal Reform International, dice que su organización está a favor de que los prisioneros puedan trabajar para las empresas siempre y cuando no sean explotados.

“Creemos en los esfuerzos de rehabilitación de los presos, incluso a través del trabajo penitenciario que es significativo, y siempre que se base en un contrato acordado libremente por el preso”, dice.

“Con demasiada frecuencia, el trabajo penitenciario, sin embargo, para muchos es mano de obra barata. El trabajo en prisión debe ser una oportunidad para que el preso contribuya al desarrollo de la comunidad. El trabajo debería permitir mejorar las condiciones en que viven los reclusos, especialmente en contextos de países de bajos y medianos ingresos. Finalmente, el trabajo en prisión debe tener una contribución a largo plazo a la vida del prisionero, por ejemplo, a través de capacitación y certificados de trabajo”.

De vuelta en Perú, Jacob dice que las cárceles que trabajan con Pietà están “felices de tener algo que hacer”.

La compañía toma su nombre de la escultura “La Piedad”, de Miguel Ángel, donde María sostiene a un Jesús sin vida después de ser bajado de la cruz. Jacob dice que eligió el nombre porque la escultura representa la resurrección.

“La motivación de los prisioneros es ganar dinero y aprender una profesión, con el dinero pueden acortar su tiempo en prisión”, dice. “Cuando salgan, esperamos haber cambiado también su actitud”.

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